Soso carnaval en Madriz
No por la cantidad de gente -ha sido una de las semanas en las que más gente he visto salir de fiesta desde que estoy en la capital-, sino por la escasez de disfraces, el carnaval madrileño merece la calificación de soso. Incluso los propios madrileños que conozco me lo reconocen abiertamente. Me dicen que la gente que se quiere disfrazar se va a los pueblos y se monta la juerga allí -si es como en mi pueblo disfrutarían como cerdos en una piara-.
Pues bien, Rebe, Mario y yo llevábamos toda la semana planeando de qué disfrazarnos -nuestra imaginación y la escasez de montante económico nos sugirieron que fuera de andar por casa-. La tarde del sábado fue un devenir de cartones para aquí y para allí, de cortes y de ceras de colores con los que adornamos nuestro 'hogar portátil'.
Salimos ya ataviados -sobre las nueve de la noche, porque nos comentaron que en Lavapiés hacían una especie de concentración de gente disfrazada, pero resultó más bien incierto- con nuestro pijama, el batín y las zapatillas de andar por casa. La gente nos miraba como bichos raros, mientras yo me preguntaba si es que habían cambiado la fecha del Carnaval.
El show llegó en el metro -también conocido como lata de sardinas en conserva-, cuando bajamos en Sol, ante la mirada de miles de personas-. Suerte que la mamajuana nos ayudó a no sentir ni la más mínima vergüenza -la poca que nos queda-. Los cuatro, cual familia feliz, salimos del vagón con nuestra 'casa' a cuestas y nos dispusimos a cenar. Por esas horas apenas habíamos divisado entre la muchedumbre un par de pelucas.
La noche se animó al llegar a la zona de Malasaña. Allí empezó a aparecer la gente con disfraces -pocos en porcentaje enfrentado a los no disfrazados-, que nos juntábamos entre nosotros, puesto que formábamos parte del escaso 'gremio'. Tampoco faltaron las felicitaciones a los chinos -también conocidos como suministradores de cerveza y comida a altas horas de la madrugada- por su año nuevo.
La apoteosis: tras pasar cerca de dos horas haciendo cola para entrar en un bar rockero que ni siquiera tenía nombre -dichosa ciudad...-, disfrutamos de media hora de música y nos echan. Suerte que todavía nos quedaba a Rebe y a mí un poco de conociemiento y decidimos esquivar el plan de seguir a base a birras. El cambio nos salió rentable: un buen almuerzo en Berruguete Street y a planchar la oreja.
P.D.: Lo siento por la longitud del post, se me ha ido la olla.
Pues bien, Rebe, Mario y yo llevábamos toda la semana planeando de qué disfrazarnos -nuestra imaginación y la escasez de montante económico nos sugirieron que fuera de andar por casa-. La tarde del sábado fue un devenir de cartones para aquí y para allí, de cortes y de ceras de colores con los que adornamos nuestro 'hogar portátil'.
Salimos ya ataviados -sobre las nueve de la noche, porque nos comentaron que en Lavapiés hacían una especie de concentración de gente disfrazada, pero resultó más bien incierto- con nuestro pijama, el batín y las zapatillas de andar por casa. La gente nos miraba como bichos raros, mientras yo me preguntaba si es que habían cambiado la fecha del Carnaval.
El show llegó en el metro -también conocido como lata de sardinas en conserva-, cuando bajamos en Sol, ante la mirada de miles de personas-. Suerte que la mamajuana nos ayudó a no sentir ni la más mínima vergüenza -la poca que nos queda-. Los cuatro, cual familia feliz, salimos del vagón con nuestra 'casa' a cuestas y nos dispusimos a cenar. Por esas horas apenas habíamos divisado entre la muchedumbre un par de pelucas.
La noche se animó al llegar a la zona de Malasaña. Allí empezó a aparecer la gente con disfraces -pocos en porcentaje enfrentado a los no disfrazados-, que nos juntábamos entre nosotros, puesto que formábamos parte del escaso 'gremio'. Tampoco faltaron las felicitaciones a los chinos -también conocidos como suministradores de cerveza y comida a altas horas de la madrugada- por su año nuevo.
La apoteosis: tras pasar cerca de dos horas haciendo cola para entrar en un bar rockero que ni siquiera tenía nombre -dichosa ciudad...-, disfrutamos de media hora de música y nos echan. Suerte que todavía nos quedaba a Rebe y a mí un poco de conociemiento y decidimos esquivar el plan de seguir a base a birras. El cambio nos salió rentable: un buen almuerzo en Berruguete Street y a planchar la oreja.
P.D.: Lo siento por la longitud del post, se me ha ido la olla.
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