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lunes, mayo 08, 2006

¿Dónde estás, libertad de expresión?

Alí Lmrabet, durante una de sus estancias en prisiones marroquíes Hoy en día, por desgracia, todavía hay lugares en donde una persona puede ser encarcelada o incluso asesinada por mostrar una opinión diferente a la que marca el dictador de turno. El periodista marroquí Alí Lmrabet es un claro ejemplo de cómo se le cierra la boca a las voces disonantes en países en los que la democracia ‘se empieza a implantar’. Fue encarcelado durante ocho años en Marruecos por el mero hecho de difundir a través de su revista –que, por cierto, le arrebataron- que los saharauis no son rehenes del Frente Polisario, sino que se trata de refugiados de este pueblo.

Lmrabet se sigue indignando cuando los gobiernos occidentales esquivan incluir al reino alauita dentro de la lista de países totalitarios. Precisamente por ello se muestra muy crítico hacia gobiernos como el estadounidense, el francés o el español, únicamente preocupados por frenar el islamismo –que por cierto, también está experimentando un gran auge en Marruecos- sin importar si los defensores de la prensa libre están siendo perseguidos. El periodista magrebí se refirió a este asunto el pasado miércoles tres de mayo en la Universidad Cardenal Herrera-CEU de Elche, coincidiendo con el día mundial por la libertad de expresión. Marruecos es, según Lmrabet, un país en el que no se aceptan las opiniones diferentes a las marcadas por Mohamed VI, dueño y señor absoluto de los destinos del pueblo marroquí; además, el monarca maneja el 70% del capital monetario que se mueve en la bolsa de Casablanca y aglutina todos los poderes en su persona.

El citado comunicador está inhabilitado para ejercer el periodismo en su país de origen por no acatar las imposiciones ideológicas y opinativas de Mohamed VI hasta el año 2015. No es de extrañar, puesto que en el caso de Marruecos hablamos de un tipo de sociedad cerrada, siguiendo las teorías del filósofo Karl Popper –las palabras de Lmrabet así la calificaban-. Este tipo de organización social viene determinada por una forma de gobierno totalitaria, en la que los ciudadanos y demás estamentos sociales están supeditados a los dictados del gobernante del país. Como consecuencia, una de las libertades fundamentales en las que se basa la Declaración de Derechos Humanos (1949), pilar básico de cualquier sociedad democrática –como definen a Marruecos los gobiernos de Estados Unidos, Francia y España-, queda reducida a mera palabrería. La libertad de expresión ingresó cadáver en Marruecos hace mucho tiempo.

El vecino del sur, separado solamente por unos kilómetros de España, tiene un Producto Interior Bruto (PIB) catorce veces inferior al de nuestro país. Se constituye pues como la frontera económica más grande del mundo cuarenta años después de conseguir la independencia. En aquel 1956 las rentas per cápita de un marroquí y de un español estaban a la par. Cuarenta años después las cifras hablan por sí solas: Marruecos tiene una tasa de paro que supera el 23% de la población activa; entre 1999 y 2005 el número de marroquíes que viven por debajo del umbral de pobreza ha aumentado desde los dos millones hasta los más de cinco millones; y el analfabetismo entre la población urbana se eleva hasta el 50% -en el entorno rural es prácticamente invalorable-. Y todo ello en un país del que los gobiernos occidentales hablan maravillas, arguyendo que se encuentra en plena transformación democrática.